En un arcón de una iglesia de los Picos de Europa encontramos un ejemplar de El jardín de Venus. Cogimos un pliego y leíamos en voz alta, entre pausas de risa. Era una ventana saltarina, fresca, pero de qué malditos temas, santo Dios! Al cabo, ante una frase más gorda, hicimos una pausa, y nos quedamos perplejpos mirando la cabeza nevada del buen cura, que nos dijo: Comprendo….No sigue el cuento por buenos respetos….Miramientos al ministerio y a la edad. Pero llévese el librillo, si gusta, y huélguese por su mundo con él; aunque es cosa ligera, no solo a gente moza, sino a los hombres graves les puede divertir. Que no tienen el “Jardín” flores venenosas, sino tufillo algo fuerte y picante de clavo y de pimienta y de olor de alegre humanidad. Un ratillo de risa, que aparta el ánimo de otras cosas peores. No hay ningún pecado gordo que se cometa riéndose. Mientras está uno riéndose, no queda pensamiento para ofender a Dios.